Se ha sugerido que Hitler "es uno de esos pocos individuos de los cuales se puede decir con absoluta certeza que: sin él, el curso de la historia habría sido diferente", o, que sin él, las cosas habrían sido muy diferentes.
Hay poca duda que Hitler poseía un carisma y capacidad oratoria, pero también una ambición excepcional. Alguien quien -con una falta de escrúpulos absoluta- estaba dispuesto a sacrificar lo que fuera considerara necesario en aras de sus objetivos. Pero tampoco hay duda que tanto los objetivos como los medios eran avalados por el Zeitgeist, y que Hitler encapsuló -voluntaria o accidentalmente- lo peor de ese espíritu de su época. Si bien es posiblemente correcto que sin Hitler el nazismo no habría sido lo que fue, no es menos cierto que sin ese zeitgeist Hitler no habría sido lo que fue.
Hitler conoció ese zeitgeist cuando vivió en Viena, entre 1908 y 1913, tratando de ganarse la vida como pintor. La Viena que Hitler conoció no solo era la ciudad culta y cosmopolita de la visión general sino también la que ha sido descrita como un cloaca de antisemitismo, racismo y políticas corruptas, con un parlamento -que Hitler visitó numerosas veces- paralizado por disensiones raciales y sectoriales intransigentes. Es ahí -se ha aducido- que Hitler adquirió su desprecio por la democracia, ahí donde vio por primera vez el saludo "heil" -entre los seguidores del pangermanista y antisemita radical Georg von Schönerer- y ahí adonde aprendió acerca de la propuesta de la eugenesia.
Después de la Gran Guerra Hitler permaneció en el ejército donde fue asignado a una unidad especial -el "Departamento de Educación y Propaganda" - del Ejército de Baviera, bajo el comando del capitán Karl Mayr. Una función importante de ese departamento era dar a los soldados una razón aceptable -desde el punto de vista del ejército- de su derrota en la guerra. Esa razón se encontró fácilmente, dado el "espíritu de la época" y el del ejército, en "la traición de los judíos y comunistas".
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